Existen trabajos asquerosos,
peligrosos, extenuantes, desagradables, alienantes… pero solo uno que concentra
en sí todos estos horrores y alguno más, el de
prostituta. No hace falta extenderse en detalles morbosos para advertir que la
prostitución es el más claro prototipo de la explotación de la mujer por el
hombre. Y, siendo esto tan evidente, ¿cómo es posible que este trágico fenómeno
social siga campando a sus anchas por todo el mundo? Sencillamente porque el
carácter transaccional de la relación hace que
se encuentre sometida a la ley de la oferta y de la demanda, y sucede que en
este caso tanto la oferta como la demanda tienen la peculiaridad de ser
inagotables. Para comprobarlo basta con observar las características de los
grupos humanos mayormente implicados en este comercio:
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